cuento
Salí de la casa de ella, con serias dudas acerca de mis propias creencias. ¿Se han dado cuenta como el tiempo y la distancia desaparecen, cuando uno está absorto en algún pensamiento?
Caminaba, debatiendo conmigo mismo, puntos de vista, ideas… de pronto, algo quebró mi silencio. No era un sonido, era una pesada sensación de alguna presencia cercana. Me detuve. Ya era muy tarde. Esa hora en que los ladrones se dan cita en los callejones para amedrentar a los que carecen de valor. Miré en todas lasdirecciones,.. ¡Nada! Ni una sombra, ni unos pasos, ni un maullido; ni siquiera un chirrido de roedores escurriéndose en el conticinio nocherniego.
De pronto, con profundo terror, me percaté que no sabía donde estaba. Las calles eran lúgubres, a medio iluminar, como en una escena de una mala película de terror en blanco y negro. Comencé a acelerar los pasos, no porque pensara que los fantasmas de turno me asustarían, eso no me da miedo, sino por lo que algún ser vivo pudiera causarme, daño en particular, en medio de aquella soledad lerda y vacía.
Un escalofrío tangible coqueteaba con mi espalda, desde la base de la nuca. Detuve mi andar nuevamente. Un fuerte viento pasó rasante a mi lado, acompañado de periódicos viejos jugando en un remolino, y un ulular fantasmagórico. Empecé a sudar frío. Sentía como las gotas escarchadas rasgaban mi rostro en su descenso, mejilla abajo.
Estaba irracional. Mis pies querían despegar en rauda huída, pero la orden no llegaba a mi cerebro. Quise gritar a todas voces, pensando que era sólo una horrible pesadilla, y que despertaría en mi cama, en mi cuarto… Y me quedé con las ganas! Allí estaba, en aquella tétrica actuación de la vida donde yo protagonizaba. Respiré profundo para calmar mis latidos, que ya tenían mi cuerpo entero vibrando a sus ritmos.
La elipsis se agrietó con el eco de una risa demente que no paraba. ¡Santa Existencia! Como deseaba que apareciera una bola de pandilleros a robarme, entregarles mi dinero e irme a casa, terminando con esta angustia galopante.
“¿Carajo, qué pasa?” me dije sonoramente dentro de mi cabeza. Fue inútil! No hubo reacción alguna. Permanecía como una estatua abandonada en aquel ignoto lugar. Sin control de mis funciones motoras y vocales. Decidí relajarme dentro de lo posible. El pánico empeoraría las cosas. En un pestañear del tiempo, una intensa luz golpeaba mis ojos con tal fuerza, que me dolían en demasía. No podía hacer nada, tenia un gran sentimiento de vació en mi interior, de pronto apareció su silueta, era como una gran soga que el destino me había lanzado para salir de ese lugar, como una manera de escapar de mi inesperada perdición, su bella silueta, su caminar sexy su carita linda, sin embargo ella se fue, paso de largo, me dio la vuelta y me dejo solo con mas agonía que la ya acumulada. Sentí que se iba para nunca volver. Sentí que la perdía.
Voces comenzaron a poblar mi silencio, pasos presurosos, “buenos días” de uno y otro lado, gente; pero cuando me dirigí a uno de ellos, me di cuenta que no me escuchaban. Yo hablaba, no… yo gritaba en mi mente, pero nadie parecía percatarse de mi presencia. ¿Y entonces? ¿Estoy muerto o qué?
Regresó la noche, las calles se vaciaron, los sonidos noctámbulos volvieron; yo… inerme, paralizado, congelado entre la nada y la eternidad. No sabía si tenía hambre, si me extrañaban, si ella me estaría buscando en vano y había pasado de largo por que no me había visto o que era lo que pasaba; Yo sin saber ni que pensar, sumido en una irrealidad terrorífica.
Hasta que no pude mas, y rompí en llanto. Sentí un cosquilleo en el rostro…Lagrimas! eran lagrimas tibias! Estaba Vivo, VIVO!!! Unas suaves manos enjugaron mis lágrimas y mis ojos se abrieron para encontrar la bella faz… de ella… sonriéndome.
Me incorporé y la abracé fuertemente, gimiendo como un bebé. “Ya, amor ya!” me dijo mientras acariciaba mi cabello. “Ya pasó. Todo está bien! No más pesadillas por esta noche amor. La miré con alivio y ternura a la vez. No pronuncié palabra. Solamente me quedé allí, mullido en su pecho, por un interminable momento; escuchándola susurrarme algo que no entendía, pero en ese instante no importaba. No importaba en absoluto.